Yolanda Vaccaro | 01 de febrero de 2019
El Gobierno de Canadá ha anunciado un plan mediante el cual otorgará residencia legal permanente a un millón de inmigrantes en los próximos tres años. Este año acogerá a 350.000 extranjeros; en 2020, la cifra será de 360.000 inmigrantes y, en 2021, de 370.000. Eso equivale a aumentar cada año en alrededor de un 1% la población total del país, cifrada en 37 millones de habitantes. Así, el país sistematiza para un trienio una política que viene aplicando; en 2018, por ejemplo, concedió la residencia permanente a 286.000 nuevos inmigrantes. Más de seis millones de inmigrantes han llegado al país desde 1990.
Ahmed Hussen, ministro canadiense de Inmigración, Refugiados y Ciudadanía, en su Informe Anual al Parlamento ha explicado que la decisión se basa en que “Canadá se enfrenta a desafíos nuevos, como el envejecimiento de su población y a un descenso de la tasa de natalidad”. En este marco, según el informe rubricado por Hussen, los inmigrantes pueden ayudar “a solucionar este problema incrementando la masa laboral del país”.
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Al presentar el informe, el ministro indicó que, “gracias a los inmigrantes” que el país ha recibido a lo largo de su historia, “Canadá se ha convertido en el país fuerte y vibrante que todos disfrutamos”. “Los inmigrantes y sus descendientes han hecho contribuciones incontables a Canadá, y nuestro éxito futuro depende de continuar asegurándonos de que sean bienvenidos y estén bien integrados”, enfatizó Hussen.
El Gobierno argumenta que la inmigración es necesaria para mantener sus elevados estándares de calidad de vida. Se basa en que la media de edad en Canadá supera los 40 años, en que aproximadamente un 25% de la población supera los 60 años de edad, y en que su tasa de fertilidad ha bajado, en los últimos 50 años, de 3,8 a 1,6 niños por mujer. “Con el envejecimiento de la población y las bajas tasas de fertilidad, la inmigración desempeña un papel importante para garantizar que la población y la fuerza laboral de Canadá sigan creciendo”, añade el mencionado informe.
Más allá de la política de símbolos y gestos, el anuncio canadiense, tal como ha explicado la propia Administración Trudeau, responde, en primer lugar, más a un interés nacional, totalmente legítimo, que a un espíritu de solidaridad. Un espíritu que, igualmente, no se puede negar al Gobierno canadiense, merced a sus acciones en las últimas décadas.
Y es que hace falta ser miope para no ver que en sociedades como la canadiense, con una expectativa de vida que rebasa de largo el promedio mundial, según datos del Banco Mundial, solo la llegada de trabajadores foráneos es capaz de hacer frente al sostenimiento de los diversos sectores económicos. El citado informe prevé que la proporción de trabajadores por jubilados sea de 2 a 1 en 2036, frente al 4,2 a 1 correspondiente a 2012.
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En un país con una tasa de desempleo de apenas un 5,2%, de acuerdo a estadísticas oficiales, está claro que económicamente el mercado requiere de un número creciente de trabajadores que hagan viable el sistema y satisfagan la oferta de puestos de trabajo.
No obstante, no todos los países adoptan posturas análogas ante retos similares. De hecho, la mayor parte de los países desarrollados cierra sus puertas a la inmigración. Así, por ejemplo, la estrategia canadiense respecto de la inmigración se sitúa en las antípodas de la política al respecto que aplica la Administración estadounidense, que ha endurecido las condiciones de entrada y permanencia de inmigrantes y que se empeña en construir un muro que separe las fronteras entre Estados Unidos y México, para repeler la inmigración clandestina que llega sobre todo desde Centroamérica a través de México.
Dos posturas opuestas en torno a la inmigración para situaciones económicas que, al menos en lo que al desempleo se refiere, son muy similares. Estados Unidos registra actualmente una tasa de desempleo inferior al 4%, una situación de pleno empleo que no se vivía desde hacía décadas en este país.
El hecho de que en el terreno de la inmigración Canadá navega en sentido opuesto respecto del resto de países del llamado primer mundo, aun con situaciones equiparables en términos de desempleo y crecimiento, permite inferir que el Gobierno canadiense compatibiliza el pragmatismo con su conocida apertura solidaria hacia los extranjeros que buscan mejores niveles de vida.